La democracia real pasa por el periodismo ciudadano

1 julio, 2014

Las nuevas tecnologías han abierto un abanico de posibilidades, especialmente las ligadas al ámbito de la comunicación. Han supuesto una revolución y favorecen la democratización del conocimiento y son muchos los ciudadanos los que se benefician de ellas en su día a día. Si lo unimos al periodismo, directamente ha supuesto infinidades de cambios. Ahora podemos hablar de algo que en su día nació y que muchos llaman periodismo ciudadano. Un ejercicio de la libre expresión facilitado por estas nuevas tecnologías y temido, en general, por los medios de comunicación y muchos periodistas. Pero ¿a qué se debe ese rechazo?

Las nuevas tecnologías han facilitado el empoderamiento de los ciudadanos, convirtiéndolos en consumidores y a la vez en productores de la información. Ya no son solo los periodistas los encargados de elaborar contenidos y noticias, ahora es toda una sociedad la que participa en este proceso, y en la mayoría de los casos provocado por una necesidad imperiosa de ofrecer otros hechos u otra cara a lo divulgado por los medios de comunicación. Los grandes conglomerados se encuentran en una crisis de disminución y pérdida de credibilidad. Y no es de extrañar cuando están al servicio de los deseos de los poderes económicos y políticos. Es por ello por lo que no es descabellado afirmar que los medios han dejado de responder a las necesidades de la ciudadanía, para sí hacerlo en cambio con los poderes anteriormente mencionados. Disfrazados aún de servicio público, los medios adoctrinan y ofrecen una información siempre bajo el mismo sesgo, uno que parece trabajar para mantener un sistema.

Actualmente, los medios tradicionales tal y como los conocemos, no son ni democráticos ni adalides de la democracia. Ayudan a la conservación de la estructura, como meros instrumentos para seguir manteniendo la unidad. Y quizás es por esto por lo que criminalizan las iniciativas ciudadanas que producen sus propios contenidos; el llamado periodismo ciudadano. Este fenómeno, mediante la participación, trata de subvertir las formas del capitalismo, abogando por el ejercicio de la libertad de expresión y la participación, para lo que surgen redes de colaboración y comunidades cuyo único interés es narrar lo que ocurre en su entorno y sobre lo que nadie más parece poner su foco.

El periodismo ciudadano fomenta la colaboración, un proceso que no comprenden los medios convencionales al servirse de audiencias pasivas para hacer llegar sus mensajes, lo que tiene como consecuencia una mayor individualización de la sociedad. Pero la colaboración entre ambas formas de hacer periodismo sería lo que realmente favorecería el ejercicio de la democracia y resultaría además tanto un mejor contenido como un mejor periodismo.

La democracia, tan en boga últimamente, se limita a observar a un grupo de personas que dirigen el país mientras la gran mayoría se sitúa como espectador en la galería, viendo cómo son otros los que toman las decisiones que nos atañen a todos. Es aquí donde el periodismo ciudadano puede dar un giro y volver a convertir a las personas en ciudadanos; esto es, un público que influye en política, sirviendo para que la sociedad tome un papel más activo en el ámbito político y en el ejercicio de la democracia. Y es en este punto donde los medios tradicionales pueden desempeñar un papel fundamental a través de la colaboración, ayudando a construir la agenda y la opinión pública desde abajo y no dándolas dadas desde arriba.

Podemos pensar que existe cierta predisposición por parte de los medios en adoptar la colaboración en sus redacciones. Solo tenemos que comparar las posibilidades que ofrecen los periódicos digitales al usuario: comentar, compartir contenidos, interactuar con el diario en redes sociales… Pero mi pregunta es: ¿sirve todo esto realmente para algo? ¿influye en el contenido o en la elaboración de la agenda? ¿existe una colaboración real entre los lectores y los periodistas? No. La realidad no se traduce en un intercambio entre usuarios y periodistas; no existe un diálogo real entre ambas partes. La baza de la interactividad y la ruptura con la bidireccionalidad es un carro al que muchos han afirmado subirse, pero en la práctica se traduce en insuficiente. Los grandes medios no han sabido adaptarse muy bien a las nuevas formas de relación que surgen en torno a la información. Pero ¿de verdad les conviene? ¿les sería beneficioso que sean los ciudadanos los que propongan temas en la agenda? Los grandes medios, tal y como están concebidos, deben mantener su estatus para seguir siendo rentables. Un estatus que les sitúa como voceros del poder económico y político, por lo que quizás no les sea provechoso cambiar a un modelo real de diálogo con sus lectores. Y así se hace efectiva aquella máxima de «cambiarlo todo para que nada cambie».

A pesar de todo, los medios convencionales son necesarios. Son prácticamente los únicos que obtienen el interés de los dirigentes y son los que pueden hacer de puente entre una opinión pública real y las instituciones. Además hay algo que hay que tener claro y es que ni el periodismo ciudadano sustituye al tradicional ni este sustituye al ciudadano. Los periodistas profesionales desarrollan labores importantes de verificación y contextualización de la información. Estos factores son los que caracterizan al periodismo y lo distinguen de la mera información. Son esenciales, aunque en ocasiones parece que en la práctica se deja de lado. Lo verdaderamente interesante y enriquecedor sería la convivencia de ambos dos modelos. Por ejemplo, en el ámbito local esto podría traducirse en la creación de medios ciudadanos que den voz a los vecinos para que hagan ver cuáles son los problemas que realmente les preocupan. De esta forma se acercaría la opinión pública a los medios de comunicación y serviría como ejercicio de presión para que sean altavoces, aproximando los ciudadanos a los poderes políticos. Dos formas de hacer periodismo que generen tensión entre sí y que se nutran mutuamente, llegando así a crear conversación a varios niveles. Esta práctica incitaría a la participación y al compromiso político de la ciudadanía, dos elementos básicos para favorecer la democracia. La voz popular debería ejercer influencia en los medios de masas y trabajar como llamada de atención y vigilancia; una vigilancia al denominado cuarto poder para que vuelva a poner su mirada en los que se lo otorgaron: los ciudadanos.

 

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