Un hombre nuevo aflora. Pero eso ¿qué es lo que es?

20 mayo, 2013

Han sido muchos los que han hablado del mito del hombre nuevo a lo largo de la historia. Algunos esbozos pueden verse en la propia Revolución Francesa, pero lo que hay detrás del mito, en su base, es algo que bebe de una pura cuestión teológica. La idea más primitiva es el ansia de controlar el mal, y en consecuencia anular el resultado del pecado original, o al menos neutralizarlo, creando una cultura del hombre nuevo. Pero una de las mayores huellas, y de las más interesantes, es la aportada por el marxismo. Esta reflexión parece algo olvidada, pero merece la pena retomarse, al menos como un apunte, en la sociedad de nuestros tiempos.

Pero, ¿a qué se refiere el concepto de hombre nuevo? ¿es un superhéroe? Tratemos de definirlo un poco. Según la tradición marxista, el hombre nuevo se concibe como aquel que es capaz de transformarse así mismo, de apropiarse de forma dialéctica de valores nuevos; de interpretar y transformar la realidad al tiempo que se enriquece de su propia esencia. Un hombre que pueda autovalorarse deliberadamente como sujeto y objeto del desarrollo. Un modelo que solo puede alcanzarse cuando desaparezcan todas las formas de enajenación social, comenzando por las económicas.

Y, ¿por qué debemos retomarlo hoy en nuestros días? ¿estamos tornándonos en un tipo de persona nueva, evolucionada, pese a lo que podamos creer? El caso no es que se esté dando la formación de un hombre nuevo, pero hay pesquisas al respecto que hacen que podamos ser optimistas. Lo importante del asunto no es que debamos entusiasmarnos ante este descubrimiento; es más una relación de teorías, una asociación que resulta interesante y sobre la que merece la pena recapacitar. Este mito contiene implicaciones que resultan cuanto menos, inquietantes, si se compara con situaciones de hoy día y que provocan diversas consecuencias en las relaciones humanas. Como la sociedad en red. Hablamos de tendencias como redes de colaboración, bancos de conocimientos, bienes comunes o “comunitarizados”, puestos para el beneficio y el bien común. Estas prácticas no son nuevas, pero si se han visto florecer con mayor velocidad con la era digital. Es una forma de relación que vuelve a las comunidades, donde la gestión de esos bienes recae en los propios integrantes. El movimiento Copyleft, de hecho, ha propiciado bastante esta manera de convivencia. Es por ello por lo que podría considerarse un hombre nuevo a aquel que se percata del sistema en el que vive y es crítico con él. Se relaciona por comunidades (propiciada actualmente por Internet), comunidades de individuos que poseen un objetivo en común, y que por tanto luchan por alcanzarlo juntos. Uno de esos objetivos es resistir a la privatización del común, como puede ser la propia cultura, de las manos de las políticas gubernamentales neoliberales.

Quizás todo suene muy abstracto, y algo tedioso, pero hay algo que debe quedar subrayado y en negrita. Que el capitalismo mercantiliza la cultura, arrancándosela al individuo que crea sin ningún significado, es algo que todos sabemos. Que en ese robo quedan frustradas las posibilidades de revelar libremente sus capacidades creativas, también. Pero en ocasiones es pertinente insistir en la idea de que el trabajo es la autoexpresión del hombre y su proceso de desarrollo, por lo que debería ser su fuente de satisfacción. La enajenación del capitalismo impide esto, y con ello, la evolución de la persona; acaba perdiendo su capacidad creadora, produciendo solo a través de los cánones del mercado y según las demandas del consumo. Esto significa un constreñimiento en el que el arte y la cultura pierden su razón de ser; pierden sus contenidos y quedan despojados de valores y de sus potencialidades. Es aquí donde entran en juego diversas reivindicaciones que tratan de democratizar, como es el caso del mundo de las ideas o de la cultura, tratando de devolverle un significado que llega a estar perdido.

Cabe analizar movimientos como el Copyleft bajo esta premisa. Filosofías que (re)piensan el conocimiento como motor de evolución y crecimiento social y por ello abogan por una cultura libre y sin barreras. Nuevos modelos de producción de conocimiento que abran oportunidades para una mayor participación ciudadana en lo común, en la cultura, donde afloren debates públicos y políticas que respondan al interés público. Formas de contrarrestar los hábitos excluyentes que ahogan este tipo de manifestaciones, como bien pueden serlo la propiedad intelectual y derechos de autor. Y es que no pueden ponerse trabas a la producción de cultura cuando esta se hace de manera colectiva; en comunidades donde la memoria y el imaginario social son aceptados como tradición social que nos viene dada, y no como mero plagio.

En definitiva, la necesidad de compartir y participar en comunidad genera demanda de información y consumo de cultura. La propiedad intelectual se adueña en gran medida de los mismos, a pesar de que contienen un bagaje y un trabajo intelectual que no le es exclusivo; como nada en realidad es exclusivo u original. Y así en silencio, o al menos para algunos, estas comunidades van creciendo y ramificándose con la ayuda de nuestras amigas las nuevas tecnologías. Tengamos los ojos abiertos, por favor.

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